El comienzo de la segunda
guerra mundial había exacerbado los sentimientos nacionalistas, y absolutamente
todas las manifestaciones se habían teñido del color del país donde se
producían: en las charlas cotidianas, en los periódicos, en los cinematógrafos,
en los edificios públicos y en los hogares no se hablaba de otra cosa que no
fuese defender los intereses nacionales. La gente colgaba de los balcones
banderas improvisadas y guirnaldas con los colores patrios. Y hasta las líneas
ferroviarias habían puesto a sus locomotoras nombres de héroes de guerra
legendarios, que habían pintado a ambos lados de las máquinas, adornados con
pequeñas banderas y símbolos que representaban los valores más emblemáticos de
la nación.
En tanto, tratando
de lograr cierta distancia de ese repentino clima de fanatismo nacional, en su
pequeña oficina de la calle Roadville, Read y su asistente tomaban el té de la
mañana mientras leían el Sun; el primero, cómodamente reclinado en su sillón,
con un dejo de entre escepticismo y desaprobación, y el segundo, sentado a la
mesa y sosteniendo su cabeza con un puño, con pronunciado fervor y con una
determinación que se le notaba en el color levemente encendido de las mejillas.
- Hmmm… Esto no tiene sentido, Wright.
- Para nada. La verdad, no lo entiendo.
- Sinceramente, creo que todo está
equivocado, como si quien escribiera esto no tuviera idea de a dónde nos
conduce.
- ¡Efectivamente! ¡Es lo que yo digo!
¡Fíjese usted mismo, inspector! – aseveró Wright sumamente indignado,
extendiéndole a Read la página maltratada por la pluma con la que había estado
garabateando recientemente –. ¡Cinco letras, “prefijo que denota grado superior
de significación”! ¡Y empieza con “a”! ¡Es imposible!
Un insistentemente
suave meneo de cabeza de cada uno de ellos acompañó el profundo silencio que se
produjo durante un pequeño instante: gesto de repudio el de Wright, señal de
resignación el de Read.
- Yo me refería, estimado Wright, al
artículo editorial que alienta a nuestros ciudadanos a intervenir activamente
en esta desgraciada guerra…
- ¡Ah...! – se disculpó el asistente,
bastante avergonzado –. Igualmente, no tiene sentido: ¡cinco letras! Está
equivocado. Deben de ser las pistas de un número posterior, porque prefijos así
que yo conozca, sólo existen “re”, “réquete”, “súper”…
- Bueno, esos son a–r–c–h–i–conocidos,
pero si piensa usted mejor…
- Sí, claro, pero son los únicos y…
- ¿Y…?– preguntó Read a lo Sócrates.
- Bueno, y… ¡Ahhh…! ¡Un momento! ¡El
diario está bien, inspector! ¡Ya lo tengo! ¿¡Cómo no se me ocurrió antes!? ¡Es
“ARCHI”! – gritó Wright levantando los brazos y mirando el techo–. De repente
me ha venido la inspiración y… no sé, simplemente se me ocurrió… Discúlpeme,
Mr. Read, ¿quería usted decirme algo? Creo que lo interrumpí cuando intentaba
iniciar una frase…
- No, no. Para nada, mi estimado amigo.
Olvídelo. Era algo sin importancia…– le dijo Read mientras le devolvía el
suplemento del periódico con los juegos de palabras.
En
eso sonó el teléfono.
- No se moleste, mi querido Wright – le
pidió sinceramente Read –. Prosiga usted con su actividad.
- Bah, no es nada, inspector, sólo estoy
jugando un poco…
- No, no… créame que más que un juego es
un muy buen ejercicio, y sin dudas le será muy provechoso… por favor, no se
moleste – insistió.
La llamada provenía
del mismísimo Palacio de Buckingham, y Read no vaciló, tras enterarse de la
situación y dar un par de recomendaciones, en comprometerse a resolver
urgentemente el caso.
- Nos vamos al palacio, Wright – indicó Read
inmediatamente después de colgar el tubo.
- ¡Perfecto! ¡Al palacio de los
sombreros! ¡Allí vamos, inspector! ¡Por fin se decidió! Y ahora que lo ha
hecho, siento que tengo licencia para hablarle con total franqueza: la verdad,
ya era hora de cambiar ese esperpento que lleva puesto. Por otro lado… ¿sabe?
creo que no me vendría mal… claro, si es que quisiera usted quedar bien con un
amigo…
- Wright… – lo interrumpió delicadamente Read
mientras cerraba la puerta de la oficina.
- ¿Sí, inspector?
- Vamos al Palacio de Buckingham, a la
casa real…
- Ah… – se descolocó un tanto Wright; se
adelantó hasta el auto, abrió la puerta e hizo una reverencia para que Read
subiera lo más rápidamente posible.
Una vez en el
palacio, ambos fueron conducidos directamente a la Biblioteca Real.
Allí los esperaba, con el cabello revuelto, el cuello de la camisa desabrochado
y el rostro descompuesto por la desesperación, Sir Larry Shilton, el
bibliotecario real desde hacía más de cuarenta años.
- Caballeros – dijo el joven funcionario
que había acompañado a los visitantes hasta el despacho ubicado en el segundo
piso del palacio, haciendo una pronunciada reverencia–, permítanme tener el
honor de presentarlos: nuestros ilustres visitantes, el inspector Read y su
asistente Wright, y el excelentísimo caballero Sir Larry Shilton, nombrado por
su majestad la Reina
de Inglaterra, Real Bibliotecario y Organizador de Biblioratos e Índices, Re.B.O.B.I.
Wright tuvo serios
inconvenientes para contener una risita que le vino desde lo más profundo, se
le asomó silenciosa e irreverentemente por entre los labios y volvió a
esconderse rápidamente, engullida con desesperación por su rostro tenso,
tembloroso y ya para entonces bastante enrojecido.
- No tema – lo miró a la cara Sir Larry
Shilton–. Hace décadas que vengo soportando la incompetencia de los burócratas
encargados de crear los cargos. Y como si fuese poco, cada vez que me presentan
en público, tienen que pronunciar esa ridícula sigla sólo porque así lo establece
el protocolo.
- Debe de ser un tanto incómodo para
usted, imagino – respondió Wright aún tratando de contenerse.
- De a poco me he ido acostumbrando…
- Sí, aunque es bastante gracioso…– se
animó Wright.
Fue entonces que,
viendo que el rostro de Sir Larry Shilton comenzaba a enrojecer, Read decidió
intervenir velozmente:
- Veo, por su estado de ánimo, que aún
falta la obra, Sir Shilton – arriesgó.
- Exactamente, inspector –respondió el
anciano sumamente nervioso –. Como usted me recomendó cuando hablamos por teléfono,
la volví a buscar hasta en los sitios más impensados de mi despacho, en el
anaquel donde se encontraba, dentro y debajo de los muebles, en mis cajones… y
nada, inspector; esa obra no aparece por ninguna parte. Es indudable que, dado
su valor histórico, alguien la ha robado.
- Bien, dígame, Sir Larry, ¿de qué obra
se trata y cuándo la vio por última vez?
- Es el manuscrito original de “Vienen
los leones”, la tragedia escrita por Richard Mc Coles en el siglo diecisiete,
en la que se exalta el coraje y la determinación de nuestras tropas durante la
batalla de Dunbar, que tuvo lugar en Escocia al final del siglo trece, y al
cabo de la cual nuestras tropas instalaron su dominio en ese territorio. Hasta
hace una semana estaba aquí, en mi despacho. La había sacado mi secretario,
Phillip Merton, para seleccionar unos pasajes que el gobierno utilizaría en la
propaganda de reclutamiento de tropas.
- Bien, pero… ¿por qué consultar el
manuscrito, si seguramente deben de existir varias copias guardadas en los
salones de la biblioteca?
- Una simple cuestión de comodidad: nos
era más sencillo ver el original, ya que lo teníamos aquí al alcance de la
mano, junto con las obras más importantes, ojearlo con mucho cuidado y luego
volverlo a guardar…
- ¿Y pudieron consultarlo?
- Sí, claro. Pero no era lo que yo
esperaba, o al menos muchos pasajes no estaban escritos como los recordaba. En
definitiva, Phillip volvió a guardar la obra y desde entonces la perdí de
vista. No me di cuenta de que faltaba hasta el día de hoy, en que la busqué
para releerla. Aún no me convencía del todo de que no nos sirviera, y deseaba
verla más detenidamente …
- ¿Vio usted cuando Phillip la guardaba?
- Bueno, no… pero… ¿Insinúa usted que..?
- No, no, Sir Shilton. No nos apresuremos
a sacar conclusiones sin tener los elementos suficientes. ¿Está el señor Merton
disponible para hacerle algunas preguntas?
- No… el lunes pasado inició sus
vacaciones. Hoy debe de estar en Cartwright, su pueblo natal.
- ¿Él tiene llave de su despacho?
- Sí, pero… le aseguro que es de absolutísima
confianza, inspector. Lo conozco desde hace quince años, y créame que se ha
ganado mi respeto…
- ¿Suele entrar alguien más; alguna otra
persona tiene llave del lugar?
- Ninguna. Y cada tres años cambiamos la
cerradura.
- Bien. Dígame, Sir Shilton, ¿cómo clasifica
las obras?
- Bueno, los géneros han cambiado un
poco… con esto de la guerra, el sentimiento patrio se ha extendido bastante, y
desde la calle y las oficinas de gobierno ha llegado a las escuelas, a los
institutos y a todos los edificios estatales, de modo que por una disposición
reciente, hace aproximadamente un mes y medio tuvimos que reclasificar las
obras de mayor valor, y debimos hacerlo de este modo: en aquel mueble que ve
allí, están ordenadas por períodos las obras que nos han ordenado llamar “Menores”…
- Ahá… ¿y en este anaquel vidriado,
arreglado tan cuidadosamente?
- Aquí están las obras clasificadas como
“Mayores” y que se subdividen en…
- ¿Sí?
- Bueno, en… me da un poquito de
vergüenza, inspector, pues no es una clasificación muy ortodoxa, pero… ya sabe
cómo es la política…
- No tema, Sir Shilton, dígame…
- Las obras “Mayores” se dividen en:
“Poco inglesas”, “Aceptablemente inglesas”, “Inglesas”, “Muy inglesas”, “Menos
inglesas que Hamlet”, “Más inglesas que Hamlet”, “Superinglesas”,
“Inglesísimas” e “Inglesas entre las inglesas”.
- Sin dudas, una clasificación muy
peculiar, ¿verdad? Y déjeme adivinar: en las “Menores” están todas las que no
son inglesas, ¿no?
- Así es…
- ¿Usted mismo las redistribuyó?
- No, no. Cuando llegó la hora de
reclasificarlas, todo el trabajo lo hizo Phillip. Yo simplemente le di algunos
lineamientos generales, según las órdenes que recibí del Ministerio de Cultura.
- ¿Y Phillip no le dijo nunca en qué
apartado había colocado “Vienen los leones”?
- No, inspector. Ni vi tampoco ni presté
atención siquiera de dónde la sacó cuando la consultamos, ni dónde la guardó
después… Pero estoy segurísimo de que la volvió a poner en su lugar, porque
cuando salió ese día, no llevaba, como no lo hace nunca tampoco, ningún paquete
consigo en el que pudiera meter nada que desease sacar de aquí.
- Y usted está seguro de que aquí no
está…
- ¡Por supuesto! ¡Totalmente seguro!
Inspector, he revisado parsimoniosamente todos y cada uno de los anaqueles de
las obras “Mayores”, incluso los de las obras “Poco inglesas” y “Aceptablemente
inglesas”. Lo he hecho tres veces, y no ha aparecido…
Ambos hombres
hicieron silencio por un momento, y concentraron su mirada en puntos fijos,
como si, aun con los ojos abiertos, trataran de buscar dentro de su mente la
solución al enigma. En eso estaban cuando Wright decidió por fin intervenir:
- ¿Podría usted… citar algún pasaje de la
obra? – consultó repentinamente, saliendo de una suerte de meditación en la que
había estado vagando durante todo el desarrollo del cuestionario de Read, que
lo miró bastante sorprendido.
- Sí, sí, claro. Recuerdo uno en
particular – aseguró Sir Larry Shilton, y se acercó al ventanal carraspeando y
tratando de aclarar la voz como para un concierto –. Es así: “…vienen los
leones con sus lanzas erguidas; asoman por la tarde y hasta el sol se esconde
de su hambre infinita de tierra y de grandeza…” – recitó con frenesí mirando el
cielo a través del cristal inmaculado de su despacho.
Wright se acercó a Read
con la evidente intención de comunicarle algo secretamente.
- ¿Y bien, Wright? – indagó el detective
en voz baja.
- Ya tengo la tres vertical: “erguido”.
La definición me quedó grabada porque me resultó un tanto difícil por su
ambigüedad: “Levantado, derecho / Engreído, soberbio.”
- ¿Y… algo que nos sea de provecho para este
caso, Wright? – requirió pulidamente Read.
- Precisamente, inspector: en este caso,
me parece que, como en la definición de mi crucigrama, este pasaje, que además
creo que puede llegar a ser representativo de toda la obra, admite dos
interpretaciones: puede ser tomado como una loa o como una ofensa… Y creo que
hay una palabra clave en ese fragmento que nos puede dar una idea bastante
aproximada del punto de vista desde el que se narran los acontecimientos… Y si
además se fija usted en el apellido del autor…
Read no salía de su
asombro:
- O sea que…
- ¡La obra está aquí, y siempre lo
estuvo! – gritó súbitamente Wright.
- ¡¿Cómo?!¡¿Dónde?! – reaccionó Sir Larry
Shilton, volviendo en sí de su lirismo.
¿Dónde está la obra? ¿Por qué? ¿Cuál es la palabra a la que
se refiere Wright y por qué dice el asistente que señala el punto de vista del
narrador?
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ResponderEliminaryo creo que el libro esta en la sección "menores" ya que no se trata de la 2 guerra mundial
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