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sábado, 16 de junio de 2012

Los curiosos casos de Read & Wright

La Biblioteca Real

El comienzo de la segunda guerra mundial había exacerbado los sentimientos nacionalistas, y absolutamente todas las manifestaciones se habían teñido del color del país donde se producían: en las charlas cotidianas, en los periódicos, en los cinematógrafos, en los edificios públicos y en los hogares no se hablaba de otra cosa que no fuese defender los intereses nacionales. La gente colgaba de los balcones banderas improvisadas y guirnaldas con los colores patrios. Y hasta las líneas ferroviarias habían puesto a sus locomotoras nombres de héroes de guerra legendarios, que habían pintado a ambos lados de las máquinas, adornados con pequeñas banderas y símbolos que representaban los valores más emblemáticos de la nación.
En tanto, tratando de lograr cierta distancia de ese repentino clima de fanatismo nacional, en su pequeña oficina de la calle Roadville, Read y su asistente tomaban el té de la mañana mientras leían el Sun; el primero, cómodamente reclinado en su sillón, con un dejo de entre escepticismo y desaprobación, y el segundo, sentado a la mesa y sosteniendo su cabeza con un puño, con pronunciado fervor y con una determinación que se le notaba en el color levemente encendido de las mejillas.
-  Hmmm… Esto no tiene sentido, Wright.
-  Para nada. La verdad, no lo entiendo.
-  Sinceramente, creo que todo está equivocado, como si quien escribiera esto no tuviera idea de a dónde nos conduce.
-  ¡Efectivamente! ¡Es lo que yo digo! ¡Fíjese usted mismo, inspector! – aseveró Wright sumamente indignado, extendiéndole a Read la página maltratada por la pluma con la que había estado garabateando recientemente –. ¡Cinco letras, “prefijo que denota grado superior de significación”! ¡Y empieza con “a”! ¡Es imposible!
Un insistentemente suave meneo de cabeza de cada uno de ellos acompañó el profundo silencio que se produjo durante un pequeño instante: gesto de repudio el de Wright, señal de resignación el de Read.
-  Yo me refería, estimado Wright, al artículo editorial que alienta a nuestros ciudadanos a intervenir activamente en esta desgraciada guerra…
-  ¡Ah...! – se disculpó el asistente, bastante avergonzado –. Igualmente, no tiene sentido: ¡cinco letras! Está equivocado. Deben de ser las pistas de un número posterior, porque prefijos así que yo conozca, sólo existen “re”, “réquete”, “súper”…
-  Bueno, esos son a–r–c–h–i–conocidos, pero si piensa usted mejor…
-  Sí, claro, pero son los únicos y…
-  ¿Y…?– preguntó Read a lo Sócrates.
-  Bueno, y… ¡Ahhh…! ¡Un momento! ¡El diario está bien, inspector! ¡Ya lo tengo! ¿¡Cómo no se me ocurrió antes!? ¡Es “ARCHI”! – gritó Wright levantando los brazos y mirando el techo–. De repente me ha venido la inspiración y… no sé, simplemente se me ocurrió… Discúlpeme, Mr. Read, ¿quería usted decirme algo? Creo que lo interrumpí cuando intentaba iniciar una frase…
-  No, no. Para nada, mi estimado amigo. Olvídelo. Era algo sin importancia…– le dijo Read mientras le devolvía el suplemento del periódico con los juegos de palabras.
En eso sonó el teléfono.
-  No se moleste, mi querido Wright – le pidió sinceramente Read –. Prosiga usted con su actividad.
-  Bah, no es nada, inspector, sólo estoy jugando un poco…
-  No, no… créame que más que un juego es un muy buen ejercicio, y sin dudas le será muy provechoso… por favor, no se moleste – insistió.
La llamada provenía del mismísimo Palacio de Buckingham, y Read no vaciló, tras enterarse de la situación y dar un par de recomendaciones, en comprometerse a resolver urgentemente el caso.
-  Nos vamos al palacio, Wright – indicó Read inmediatamente después de colgar el tubo. 
-  ¡Perfecto! ¡Al palacio de los sombreros! ¡Allí vamos, inspector! ¡Por fin se decidió! Y ahora que lo ha hecho, siento que tengo licencia para hablarle con total franqueza: la verdad, ya era hora de cambiar ese esperpento que lleva puesto. Por otro lado… ¿sabe? creo que no me vendría mal… claro, si es que quisiera usted quedar bien con un amigo…
-  Wright… – lo interrumpió delicadamente Read mientras cerraba la puerta de la oficina.
-  ¿Sí, inspector?
-  Vamos al Palacio de Buckingham, a la casa real…
-  Ah… – se descolocó un tanto Wright; se adelantó hasta el auto, abrió la puerta e hizo una reverencia para que Read subiera lo más rápidamente posible.
Una vez en el palacio, ambos fueron conducidos directamente a la Biblioteca Real. Allí los esperaba, con el cabello revuelto, el cuello de la camisa desabrochado y el rostro descompuesto por la desesperación, Sir Larry Shilton, el bibliotecario real desde hacía más de cuarenta años.
-  Caballeros – dijo el joven funcionario que había acompañado a los visitantes hasta el despacho ubicado en el segundo piso del palacio, haciendo una pronunciada reverencia–, permítanme tener el honor de presentarlos: nuestros ilustres visitantes, el inspector Read y su asistente Wright, y el excelentísimo caballero Sir Larry Shilton, nombrado por su majestad la Reina de Inglaterra, Real Bibliotecario y Organizador de Biblioratos e Índices,  Re.B.O.B.I.
Wright tuvo serios inconvenientes para contener una risita que le vino desde lo más profundo, se le asomó silenciosa e irreverentemente por entre los labios y volvió a esconderse rápidamente, engullida con desesperación por su rostro tenso, tembloroso y ya para entonces bastante enrojecido.
-  No tema – lo miró a la cara Sir Larry Shilton–. Hace décadas que vengo soportando la incompetencia de los burócratas encargados de crear los cargos. Y como si fuese poco, cada vez que me presentan en público, tienen que pronunciar esa ridícula sigla sólo porque así lo establece el protocolo.
-  Debe de ser un tanto incómodo para usted, imagino – respondió Wright aún tratando de contenerse.
-  De a poco me he ido acostumbrando…
-  Sí, aunque es bastante gracioso…– se animó Wright.
Fue entonces que, viendo que el rostro de Sir Larry Shilton comenzaba a enrojecer, Read decidió intervenir velozmente:  
-  Veo, por su estado de ánimo, que aún falta la obra, Sir Shilton – arriesgó.
-  Exactamente, inspector –respondió el anciano sumamente nervioso –. Como usted me recomendó cuando hablamos por teléfono, la volví a buscar hasta en los sitios más impensados de mi despacho, en el anaquel donde se encontraba, dentro y debajo de los muebles, en mis cajones… y nada, inspector; esa obra no aparece por ninguna parte. Es indudable que, dado su valor histórico, alguien la ha robado.
-  Bien, dígame, Sir Larry, ¿de qué obra se trata y cuándo la vio por última vez?
-  Es el manuscrito original de “Vienen los leones”, la tragedia escrita por Richard Mc Coles en el siglo diecisiete, en la que se exalta el coraje y la determinación de nuestras tropas durante la batalla de Dunbar, que tuvo lugar en Escocia al final del siglo trece, y al cabo de la cual nuestras tropas instalaron su dominio en ese territorio. Hasta hace una semana estaba aquí, en mi despacho. La había sacado mi secretario, Phillip Merton, para seleccionar unos pasajes que el gobierno utilizaría en la propaganda de reclutamiento de tropas.
-  Bien, pero… ¿por qué consultar el manuscrito, si seguramente deben de existir varias copias guardadas en los salones de la biblioteca?
-  Una simple cuestión de comodidad: nos era más sencillo ver el original, ya que lo teníamos aquí al alcance de la mano, junto con las obras más importantes, ojearlo con mucho cuidado y luego volverlo a guardar…
-  ¿Y pudieron consultarlo?
-  Sí, claro. Pero no era lo que yo esperaba, o al menos muchos pasajes no estaban escritos como los recordaba. En definitiva, Phillip volvió a guardar la obra y desde entonces la perdí de vista. No me di cuenta de que faltaba hasta el día de hoy, en que la busqué para releerla. Aún no me convencía del todo de que no nos sirviera, y deseaba verla más detenidamente …
-  ¿Vio usted cuando Phillip la guardaba?
-  Bueno, no… pero… ¿Insinúa usted que..?
-  No, no, Sir Shilton. No nos apresuremos a sacar conclusiones sin tener los elementos suficientes. ¿Está el señor Merton disponible para hacerle algunas preguntas?
-  No… el lunes pasado inició sus vacaciones. Hoy debe de estar en Cartwright, su pueblo natal.
-  ¿Él tiene llave de su despacho?
-  Sí, pero… le aseguro que es de absolutísima confianza, inspector. Lo conozco desde hace quince años, y créame que se ha ganado mi respeto…
-  ¿Suele entrar alguien más; alguna otra persona tiene llave del lugar?
-  Ninguna. Y cada tres años cambiamos la cerradura.
-  Bien. Dígame, Sir Shilton, ¿cómo clasifica las obras?
-  Bueno, los géneros han cambiado un poco… con esto de la guerra, el sentimiento patrio se ha extendido bastante, y desde la calle y las oficinas de gobierno ha llegado a las escuelas, a los institutos y a todos los edificios estatales, de modo que por una disposición reciente, hace aproximadamente un mes y medio tuvimos que reclasificar las obras de mayor valor, y debimos hacerlo de este modo: en aquel mueble que ve allí, están ordenadas por períodos las obras que nos han ordenado llamar “Menores”…
-  Ahá… ¿y en este anaquel vidriado, arreglado tan cuidadosamente?
-  Aquí están las obras clasificadas como “Mayores” y que se subdividen en…
-  ¿Sí?
-  Bueno, en… me da un poquito de vergüenza, inspector, pues no es una clasificación muy ortodoxa, pero… ya sabe cómo es la política…
-  No tema, Sir Shilton, dígame…
-  Las obras “Mayores” se dividen en: “Poco inglesas”, “Aceptablemente inglesas”, “Inglesas”, “Muy inglesas”, “Menos inglesas que Hamlet”, “Más inglesas que Hamlet”, “Superinglesas”, “Inglesísimas” e “Inglesas entre las inglesas”.
-  Sin dudas, una clasificación muy peculiar, ¿verdad? Y déjeme adivinar: en las “Menores” están todas las que no son inglesas, ¿no?
-  Así es…
-  ¿Usted mismo las redistribuyó?
-  No, no. Cuando llegó la hora de reclasificarlas, todo el trabajo lo hizo Phillip. Yo simplemente le di algunos lineamientos generales, según las órdenes que recibí del Ministerio de Cultura.
-  ¿Y Phillip no le dijo nunca en qué apartado había colocado “Vienen los leones”?
-  No, inspector. Ni vi tampoco ni presté atención siquiera de dónde la sacó cuando la consultamos, ni dónde la guardó después… Pero estoy segurísimo de que la volvió a poner en su lugar, porque cuando salió ese día, no llevaba, como no lo hace nunca tampoco, ningún paquete consigo en el que pudiera meter nada que desease sacar de aquí.
-  Y usted está seguro de que aquí no está…
-  ¡Por supuesto! ¡Totalmente seguro! Inspector, he revisado parsimoniosamente todos y cada uno de los anaqueles de las obras “Mayores”, incluso los de las obras “Poco inglesas” y “Aceptablemente inglesas”. Lo he hecho tres veces, y no ha aparecido…
Ambos hombres hicieron silencio por un momento, y concentraron su mirada en puntos fijos, como si, aun con los ojos abiertos, trataran de buscar dentro de su mente la solución al enigma. En eso estaban cuando Wright decidió por fin intervenir:
-  ¿Podría usted… citar algún pasaje de la obra? – consultó repentinamente, saliendo de una suerte de meditación en la que había estado vagando durante todo el desarrollo del cuestionario de Read, que lo miró bastante sorprendido.
-  Sí, sí, claro. Recuerdo uno en particular – aseguró Sir Larry Shilton, y se acercó al ventanal carraspeando y tratando de aclarar la voz como para un concierto –. Es así: “…vienen los leones con sus lanzas erguidas; asoman por la tarde y hasta el sol se esconde de su hambre infinita de tierra y de grandeza…” – recitó con frenesí mirando el cielo a través del cristal inmaculado de su despacho.
Wright se acercó a Read con la evidente intención de comunicarle algo secretamente.
-  ¿Y bien, Wright? – indagó el detective en voz baja.
-  Ya tengo la tres vertical: “erguido”. La definición me quedó grabada porque me resultó un tanto difícil por su ambigüedad: “Levantado, derecho / Engreído, soberbio.”
-  ¿Y… algo que nos sea de provecho para este caso, Wright? – requirió pulidamente Read.
-  Precisamente, inspector: en este caso, me parece que, como en la definición de mi crucigrama, este pasaje, que además creo que puede llegar a ser representativo de toda la obra, admite dos interpretaciones: puede ser tomado como una loa o como una ofensa… Y creo que hay una palabra clave en ese fragmento que nos puede dar una idea bastante aproximada del punto de vista desde el que se narran los acontecimientos… Y si además se fija usted en el apellido del autor…
Read no salía de su asombro:
-  O sea que…
-  ¡La obra está aquí, y siempre lo estuvo! – gritó súbitamente Wright.
-  ¡¿Cómo?!¡¿Dónde?! – reaccionó Sir Larry Shilton, volviendo en sí de su lirismo.


¿Dónde está la obra? ¿Por qué? ¿Cuál es la palabra a la que se refiere Wright y por qué dice el asistente que señala el punto de vista del narrador?   


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