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sábado, 5 de septiembre de 2015

La conquista de todas las Grecias

Primero hay que otear las armaduras de las huestes
enemigas, tantear el latir bajo las cotas,
luego avanzar con miedo supremo a la derrota,
alzar las armas, sentirse en manos de la muerte;

finalmente atacar con insistencia leonina,
asediar en embates hasta oír el resuello
y tomar por asalto la ternura del cuello
y sentir en las fauces el fluir de la vida,

e ir valientemente trepando las murallas
y entrar a combatir en territorio tomado;
dar la voz a las tropas y acabar la batalla...

Después dormir el sueño vital del regocijo
y ver como romano en lo griego de tus hijos
la duda de haber sido Señor o conquistado.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los curiosos casos de Read & Wright

¿Quién mató a Mr. Tolove?

Amanecía en el pequeño pueblo, y la húmeda niebla se levantaba perezosamente. Una leve claridad anunciaba el alba, oculta detrás de un cielo de plomo. Las casas, silenciosas, dejaban chorrear todavía de sus techos la huella acuosa de la madrugada que acababa de irse. En las calles reinaba el mismo silencio inmóvil y gris de todos los días, pero poco a poco comenzaba a ceder ante la insistencia de un monótono y creciente zumbido que parecía venir desde el horizonte.
Alguien corrió la pesada cortina de la sala para husmear qué era lo que alteraba la callada rutina del poblado, y pudo ver llegar, chapoteando en el fango de la calle principal, un automóvil que se detuvo justo en el medio de la cuadra, y del que vio bajar a dos caballeros que aparentaban debatir sesudamente alguna cuestión de importancia. Sin embargo, a pesar de la concentración que ambos ponían en la charla, sintió que quizás observaran mucho más de lo que parecía.
Las ventanas poco a poco comenzaron a encenderse, pues a pesar de la hora, aún era necesaria la luz artificial para ver con precisión. El ruido del coche había despertado a casi todos los habitantes.
Parados en el medio de la calle, Read y Wright, efectivamente, conversaban para disimular que inspeccionaban minuciosamente el lugar:
-  Mire como sin querer a su izquierda – dijo Mr. Read –: a unos veinte metros, aproximadamente, está el cuerpo.
-  ¿Ha notado algo en particular, inspector?– preguntó Wright.
-  No por ahora, salvo que todas las ventanas se encendieron, excepto una.
-  ¿Quiere decir que hay alguien que todavía no se ha levantado?
-  Imposible, querido Wright. Los habitantes de Adverbial City son muy rutinarios. Siempre se levantan a la misma hora. Y en el caso de que alguien se hubiese quedado dormido, el ruido de un automóvil en medio del silencio al que están acostumbrados estos pobladores, sería motivo suficiente como para despertarse y asomarse a la ventana.
-  ¿Entonces…?
-  Mi querido Wright, eso significa que alguien está despierto desde mucho antes, y que tiene los ojos tan acostumbrados a la oscuridad y a la bruma que no ha necesitado la luz para ver claramente.
Wright sintió que un escalofrío le recorría súbitamente la espalda. Pero Read ni siquiera le dio tiempo para estremecerse:
-  No es de aquí – aseveró–. La vestimenta coincide con la de Mister Tolove, de quien se nos alertó anoche que había desaparecido de su residencia de Verb Town, cuyos habitantes suelen venir a Adverbial City a buscar ayuda cuando necesitan decir algo con precisión.
De a poco, todos fueron saliendo de sus casas, impulsados por la curiosidad, y por una creciente claridad que iba permitiendo ya distinguir el cuerpo tendido sobre el lodo.
En un puño del cadáver, estrujada y manchada de fango, había una margarita a medio deshojar.
Read reunió a su alrededor a todos los vecinos del pueblo y les preguntó sus nombres. Así, uno a uno se fueron presentando Miss Afirmation, Miss Negation, Mister Way, Miss Doubt, Miss Quantity, Mister Place y Mister Time.
-  ¿Alguien sabe quién hizo esto? – preguntó Read señalando el cadáver.
-  No – contestó Miss Negation.
-  Mal lo he de saber, señor. Si lo supiera, buenamente se lo diría –  respondió Mister Way.
-  De todos modos ya es tarde –  sentenció tristemente Mister Time.
-  Probablemente, con su ayuda lo lleguemos a saber – dijo Miss Doubt.
-  ¡Indudablemente! – agregó Miss Afirmation.
-  Usted es excesivamente confiada – replicó Miss Quantity.
-  Aquí algo huele…
-  ¡Mal! – exclamó Mister Way, completando la frase de Mister Place que había quedado trunca precisamente a causa de su exclamación.
-  ¿Lo vieron ustedes alguna vez? – inquirió Read.
-  Quizás… – dijo Miss Doubt.
-  Siempre; anteayer, ayer… Pero… ¡pero mañana...! – gritó Mister Time sollozando.
-  Lo veía acá, allá, allí, acullá, enfrente, cerca, lejos, dondequiera que mirara – aseveró Mister Place.
-  Venía mucho. Lo extrañaremos enormemente – señaló Miss Quantity.
-  Quizás regrese alguna vez – dijo Miss Doubt.
-  ¡Indudablemente se ha vuelto usted loca! – le gritó Miss Afirmation.
-  ¿Recientemente? – preguntó Mister Time.
-  ¡Demasiado loca! – afirmó Miss Quantity.
-  ¡Cierto! – volvió a exclamar Miss Afirmation.
-  Horripilantemente loca – apuntó Mister Way.
-  Sí, puede ser – reflexionó Miss Doubt.
-  No lo creo – refutó Miss Negation.
-  ¡Silencio! – estalló la voz de Wright.
-  ¿Ahora? – preguntó contrariado Mister Time.
-  ¡Sí, ahora! – exclamó Wright enfurecido.
Una bandada de pájaros salió volando espantada de la copa de un ciprés achaparrado y se perdió entre las nubes. Wright se dirigió a Read por lo bajo: “Están todos locos” le dijo en tono de confidencia. Read lo tranquilizó con una palmadita en el hombro.
La calma se posó nuevamente sobre el pueblo. El detective extrajo su libreta y su pluma y solicitó a cada uno su dirección. Una vez que las hubo anotado todas, les pidió cortésmente a los lugareños que volviesen a sus casas y quedó nuevamente a solas con su compañero en medio de la calle.
-  Estimado Wright – dijo –, vaya usted a Scotland Yard y haga que manden un grupo de hombres al 285 de esta calle. Allí arrestaremos al criminal.
-  Pe… pero es donde vive…
-  ¡Exactamente, mi querido Wright! Y si recuerda usted bien, es la casa en cuyas ventanas no se encendió luz alguna.
-  ¿Y cómo sabe que fue…?
-  Simple observación – interrumpió Read –. En un momento determinado, en medio del tumulto, alguien dijo algo que definitivamente no va con su personalidad, cosa por demás extraña en una persona tan tradicional como las de Adverbial City. Seguramente, los nervios le jugaron una mala pasada. Pero usted, mi querido amigo, no lo notó porque se dejó aturdir por el escándalo. Haga memoria, trate de recordar todo lo que se dijo y lo advertirá al instante. Además, trate de aprovechar el viaje para reflexionar acerca de qué moraleja puede sacar de este caso. De todo siempre se aprende algo, créame… Vaya; vaya, mi querido amigo. Yo me quedaré esperándolo. Vigilaré desde la cantina que nadie se escape. No hay nada que me abra más el apetito que investigar.

¿Quién es el asesino? ¿Qué moraleja se puede extraer de esta historia?

sábado, 16 de junio de 2012

Los curiosos casos de Read & Wright

La Biblioteca Real

El comienzo de la segunda guerra mundial había exacerbado los sentimientos nacionalistas, y absolutamente todas las manifestaciones se habían teñido del color del país donde se producían: en las charlas cotidianas, en los periódicos, en los cinematógrafos, en los edificios públicos y en los hogares no se hablaba de otra cosa que no fuese defender los intereses nacionales. La gente colgaba de los balcones banderas improvisadas y guirnaldas con los colores patrios. Y hasta las líneas ferroviarias habían puesto a sus locomotoras nombres de héroes de guerra legendarios, que habían pintado a ambos lados de las máquinas, adornados con pequeñas banderas y símbolos que representaban los valores más emblemáticos de la nación.
En tanto, tratando de lograr cierta distancia de ese repentino clima de fanatismo nacional, en su pequeña oficina de la calle Roadville, Read y su asistente tomaban el té de la mañana mientras leían el Sun; el primero, cómodamente reclinado en su sillón, con un dejo de entre escepticismo y desaprobación, y el segundo, sentado a la mesa y sosteniendo su cabeza con un puño, con pronunciado fervor y con una determinación que se le notaba en el color levemente encendido de las mejillas.
-  Hmmm… Esto no tiene sentido, Wright.
-  Para nada. La verdad, no lo entiendo.
-  Sinceramente, creo que todo está equivocado, como si quien escribiera esto no tuviera idea de a dónde nos conduce.
-  ¡Efectivamente! ¡Es lo que yo digo! ¡Fíjese usted mismo, inspector! – aseveró Wright sumamente indignado, extendiéndole a Read la página maltratada por la pluma con la que había estado garabateando recientemente –. ¡Cinco letras, “prefijo que denota grado superior de significación”! ¡Y empieza con “a”! ¡Es imposible!
Un insistentemente suave meneo de cabeza de cada uno de ellos acompañó el profundo silencio que se produjo durante un pequeño instante: gesto de repudio el de Wright, señal de resignación el de Read.
-  Yo me refería, estimado Wright, al artículo editorial que alienta a nuestros ciudadanos a intervenir activamente en esta desgraciada guerra…
-  ¡Ah...! – se disculpó el asistente, bastante avergonzado –. Igualmente, no tiene sentido: ¡cinco letras! Está equivocado. Deben de ser las pistas de un número posterior, porque prefijos así que yo conozca, sólo existen “re”, “réquete”, “súper”…
-  Bueno, esos son a–r–c–h–i–conocidos, pero si piensa usted mejor…
-  Sí, claro, pero son los únicos y…
-  ¿Y…?– preguntó Read a lo Sócrates.
-  Bueno, y… ¡Ahhh…! ¡Un momento! ¡El diario está bien, inspector! ¡Ya lo tengo! ¿¡Cómo no se me ocurrió antes!? ¡Es “ARCHI”! – gritó Wright levantando los brazos y mirando el techo–. De repente me ha venido la inspiración y… no sé, simplemente se me ocurrió… Discúlpeme, Mr. Read, ¿quería usted decirme algo? Creo que lo interrumpí cuando intentaba iniciar una frase…
-  No, no. Para nada, mi estimado amigo. Olvídelo. Era algo sin importancia…– le dijo Read mientras le devolvía el suplemento del periódico con los juegos de palabras.
En eso sonó el teléfono.
-  No se moleste, mi querido Wright – le pidió sinceramente Read –. Prosiga usted con su actividad.
-  Bah, no es nada, inspector, sólo estoy jugando un poco…
-  No, no… créame que más que un juego es un muy buen ejercicio, y sin dudas le será muy provechoso… por favor, no se moleste – insistió.
La llamada provenía del mismísimo Palacio de Buckingham, y Read no vaciló, tras enterarse de la situación y dar un par de recomendaciones, en comprometerse a resolver urgentemente el caso.
-  Nos vamos al palacio, Wright – indicó Read inmediatamente después de colgar el tubo. 
-  ¡Perfecto! ¡Al palacio de los sombreros! ¡Allí vamos, inspector! ¡Por fin se decidió! Y ahora que lo ha hecho, siento que tengo licencia para hablarle con total franqueza: la verdad, ya era hora de cambiar ese esperpento que lleva puesto. Por otro lado… ¿sabe? creo que no me vendría mal… claro, si es que quisiera usted quedar bien con un amigo…
-  Wright… – lo interrumpió delicadamente Read mientras cerraba la puerta de la oficina.
-  ¿Sí, inspector?
-  Vamos al Palacio de Buckingham, a la casa real…
-  Ah… – se descolocó un tanto Wright; se adelantó hasta el auto, abrió la puerta e hizo una reverencia para que Read subiera lo más rápidamente posible.
Una vez en el palacio, ambos fueron conducidos directamente a la Biblioteca Real. Allí los esperaba, con el cabello revuelto, el cuello de la camisa desabrochado y el rostro descompuesto por la desesperación, Sir Larry Shilton, el bibliotecario real desde hacía más de cuarenta años.
-  Caballeros – dijo el joven funcionario que había acompañado a los visitantes hasta el despacho ubicado en el segundo piso del palacio, haciendo una pronunciada reverencia–, permítanme tener el honor de presentarlos: nuestros ilustres visitantes, el inspector Read y su asistente Wright, y el excelentísimo caballero Sir Larry Shilton, nombrado por su majestad la Reina de Inglaterra, Real Bibliotecario y Organizador de Biblioratos e Índices,  Re.B.O.B.I.
Wright tuvo serios inconvenientes para contener una risita que le vino desde lo más profundo, se le asomó silenciosa e irreverentemente por entre los labios y volvió a esconderse rápidamente, engullida con desesperación por su rostro tenso, tembloroso y ya para entonces bastante enrojecido.
-  No tema – lo miró a la cara Sir Larry Shilton–. Hace décadas que vengo soportando la incompetencia de los burócratas encargados de crear los cargos. Y como si fuese poco, cada vez que me presentan en público, tienen que pronunciar esa ridícula sigla sólo porque así lo establece el protocolo.
-  Debe de ser un tanto incómodo para usted, imagino – respondió Wright aún tratando de contenerse.
-  De a poco me he ido acostumbrando…
-  Sí, aunque es bastante gracioso…– se animó Wright.
Fue entonces que, viendo que el rostro de Sir Larry Shilton comenzaba a enrojecer, Read decidió intervenir velozmente:  
-  Veo, por su estado de ánimo, que aún falta la obra, Sir Shilton – arriesgó.
-  Exactamente, inspector –respondió el anciano sumamente nervioso –. Como usted me recomendó cuando hablamos por teléfono, la volví a buscar hasta en los sitios más impensados de mi despacho, en el anaquel donde se encontraba, dentro y debajo de los muebles, en mis cajones… y nada, inspector; esa obra no aparece por ninguna parte. Es indudable que, dado su valor histórico, alguien la ha robado.
-  Bien, dígame, Sir Larry, ¿de qué obra se trata y cuándo la vio por última vez?
-  Es el manuscrito original de “Vienen los leones”, la tragedia escrita por Richard Mc Coles en el siglo diecisiete, en la que se exalta el coraje y la determinación de nuestras tropas durante la batalla de Dunbar, que tuvo lugar en Escocia al final del siglo trece, y al cabo de la cual nuestras tropas instalaron su dominio en ese territorio. Hasta hace una semana estaba aquí, en mi despacho. La había sacado mi secretario, Phillip Merton, para seleccionar unos pasajes que el gobierno utilizaría en la propaganda de reclutamiento de tropas.
-  Bien, pero… ¿por qué consultar el manuscrito, si seguramente deben de existir varias copias guardadas en los salones de la biblioteca?
-  Una simple cuestión de comodidad: nos era más sencillo ver el original, ya que lo teníamos aquí al alcance de la mano, junto con las obras más importantes, ojearlo con mucho cuidado y luego volverlo a guardar…
-  ¿Y pudieron consultarlo?
-  Sí, claro. Pero no era lo que yo esperaba, o al menos muchos pasajes no estaban escritos como los recordaba. En definitiva, Phillip volvió a guardar la obra y desde entonces la perdí de vista. No me di cuenta de que faltaba hasta el día de hoy, en que la busqué para releerla. Aún no me convencía del todo de que no nos sirviera, y deseaba verla más detenidamente …
-  ¿Vio usted cuando Phillip la guardaba?
-  Bueno, no… pero… ¿Insinúa usted que..?
-  No, no, Sir Shilton. No nos apresuremos a sacar conclusiones sin tener los elementos suficientes. ¿Está el señor Merton disponible para hacerle algunas preguntas?
-  No… el lunes pasado inició sus vacaciones. Hoy debe de estar en Cartwright, su pueblo natal.
-  ¿Él tiene llave de su despacho?
-  Sí, pero… le aseguro que es de absolutísima confianza, inspector. Lo conozco desde hace quince años, y créame que se ha ganado mi respeto…
-  ¿Suele entrar alguien más; alguna otra persona tiene llave del lugar?
-  Ninguna. Y cada tres años cambiamos la cerradura.
-  Bien. Dígame, Sir Shilton, ¿cómo clasifica las obras?
-  Bueno, los géneros han cambiado un poco… con esto de la guerra, el sentimiento patrio se ha extendido bastante, y desde la calle y las oficinas de gobierno ha llegado a las escuelas, a los institutos y a todos los edificios estatales, de modo que por una disposición reciente, hace aproximadamente un mes y medio tuvimos que reclasificar las obras de mayor valor, y debimos hacerlo de este modo: en aquel mueble que ve allí, están ordenadas por períodos las obras que nos han ordenado llamar “Menores”…
-  Ahá… ¿y en este anaquel vidriado, arreglado tan cuidadosamente?
-  Aquí están las obras clasificadas como “Mayores” y que se subdividen en…
-  ¿Sí?
-  Bueno, en… me da un poquito de vergüenza, inspector, pues no es una clasificación muy ortodoxa, pero… ya sabe cómo es la política…
-  No tema, Sir Shilton, dígame…
-  Las obras “Mayores” se dividen en: “Poco inglesas”, “Aceptablemente inglesas”, “Inglesas”, “Muy inglesas”, “Menos inglesas que Hamlet”, “Más inglesas que Hamlet”, “Superinglesas”, “Inglesísimas” e “Inglesas entre las inglesas”.
-  Sin dudas, una clasificación muy peculiar, ¿verdad? Y déjeme adivinar: en las “Menores” están todas las que no son inglesas, ¿no?
-  Así es…
-  ¿Usted mismo las redistribuyó?
-  No, no. Cuando llegó la hora de reclasificarlas, todo el trabajo lo hizo Phillip. Yo simplemente le di algunos lineamientos generales, según las órdenes que recibí del Ministerio de Cultura.
-  ¿Y Phillip no le dijo nunca en qué apartado había colocado “Vienen los leones”?
-  No, inspector. Ni vi tampoco ni presté atención siquiera de dónde la sacó cuando la consultamos, ni dónde la guardó después… Pero estoy segurísimo de que la volvió a poner en su lugar, porque cuando salió ese día, no llevaba, como no lo hace nunca tampoco, ningún paquete consigo en el que pudiera meter nada que desease sacar de aquí.
-  Y usted está seguro de que aquí no está…
-  ¡Por supuesto! ¡Totalmente seguro! Inspector, he revisado parsimoniosamente todos y cada uno de los anaqueles de las obras “Mayores”, incluso los de las obras “Poco inglesas” y “Aceptablemente inglesas”. Lo he hecho tres veces, y no ha aparecido…
Ambos hombres hicieron silencio por un momento, y concentraron su mirada en puntos fijos, como si, aun con los ojos abiertos, trataran de buscar dentro de su mente la solución al enigma. En eso estaban cuando Wright decidió por fin intervenir:
-  ¿Podría usted… citar algún pasaje de la obra? – consultó repentinamente, saliendo de una suerte de meditación en la que había estado vagando durante todo el desarrollo del cuestionario de Read, que lo miró bastante sorprendido.
-  Sí, sí, claro. Recuerdo uno en particular – aseguró Sir Larry Shilton, y se acercó al ventanal carraspeando y tratando de aclarar la voz como para un concierto –. Es así: “…vienen los leones con sus lanzas erguidas; asoman por la tarde y hasta el sol se esconde de su hambre infinita de tierra y de grandeza…” – recitó con frenesí mirando el cielo a través del cristal inmaculado de su despacho.
Wright se acercó a Read con la evidente intención de comunicarle algo secretamente.
-  ¿Y bien, Wright? – indagó el detective en voz baja.
-  Ya tengo la tres vertical: “erguido”. La definición me quedó grabada porque me resultó un tanto difícil por su ambigüedad: “Levantado, derecho / Engreído, soberbio.”
-  ¿Y… algo que nos sea de provecho para este caso, Wright? – requirió pulidamente Read.
-  Precisamente, inspector: en este caso, me parece que, como en la definición de mi crucigrama, este pasaje, que además creo que puede llegar a ser representativo de toda la obra, admite dos interpretaciones: puede ser tomado como una loa o como una ofensa… Y creo que hay una palabra clave en ese fragmento que nos puede dar una idea bastante aproximada del punto de vista desde el que se narran los acontecimientos… Y si además se fija usted en el apellido del autor…
Read no salía de su asombro:
-  O sea que…
-  ¡La obra está aquí, y siempre lo estuvo! – gritó súbitamente Wright.
-  ¡¿Cómo?!¡¿Dónde?! – reaccionó Sir Larry Shilton, volviendo en sí de su lirismo.


¿Dónde está la obra? ¿Por qué? ¿Cuál es la palabra a la que se refiere Wright y por qué dice el asistente que señala el punto de vista del narrador?   


Disponible en las siguientes librerías:

La Plata
Diagonal Libros (Diagonal 77 entre 5 y 6)
Atenea (49 entre 4 y 5)
La Normal (7 entre 55 y 56)

Pergamino
Murma (San Nicolás 845)
Librería Pergamino (General Paz 620)



miércoles, 23 de mayo de 2012

Sobre Los curiosos casos de Read & Wright

Esta es una actividad pensada para los profesores de Prácticas del Lenguaje. Es el texto del cuento Una serie de robos en el nuevo museo, del libro Los curiosos casos de Read & Wright, modificado para trabajar bajo la modalidad de taller. ¡Espero que les sirva!

Feria del Libro Infantil y Juvenil 2012
Lic. Prof. Hernán Toso

Propuesta de actividad
Detectives del lenguaje: una serie de robos en el nuevo museo

Destinatarios:

Niños y jóvenes de entre 10 y 16 años.

Objetivos:

§   Inferir las múltiples y diferentes relaciones que gracias al poder de simbolización del lenguaje humano, pueden tenderse entre sujeto y medio.

§   Redescubrir el lenguaje como herramienta para crear realidades y operar sobre ellas.

§   Disfrutar de juegos lingüísticos.

§   Construir y caracterizar la categoría gramatical “sustantivo”, y explorar su clasificación y sus propiedades.

Ciencias y disciplinas involucradas:

§   Lingüística.
§   Filosofía del lenguaje.
§   Gramática.

Desarrollo:

En el comienzo de la actividad, el narrador se ubicará entre el público y el decorado, compuesto por cuatro cuadros, un mueble con cinco estatuillas y un viejo escritorio con elementos de oficina. A modo de disparador, hará preguntas a los presentes, tales como “¿Qué es para ustedes el lenguaje? ¿Para qué sirve? ¿Qué hacen con él habitualmente? ¿Y en la escuela, qué es lo que hacen? (de aquí pueden surgir repreguntas sobre la base de las respuestas dadas) ¿Alguna vez lo han usado para descubrir algo, o para resolver algún enigma? ¿Cuál? ¿Les ha gustado? ¿Les gustaría ser detectives del lenguaje?
Se convocará entonces a dos jóvenes de entre los asistentes (preferentemente de 12 a 15 años, por su capacidad de lectura fluida), para que se pongan en la piel de los detectives Read y Wright, célebres investigadores y discípulos de Sherlock Holmes, que desarrollan su oficio en una agitada Londres de mitad de Siglo XX.
Se le dará a cada uno una copia del texto a trabajar, con la indicación de las líneas que deben pronunciar en interacción dramática con el narrador, además de un sencillo vestuario acorde (esclavina, pipa y gorro inglés).
Luego el narrador presentará la historia, y comentará que se trata de un caso que consiste en una serie de robos que tendrán lugar en el Nuevo Museo de Arte Británico, y que ambos detectives deberán resolver lo más rápidamente posible, a medida que estos hechos vayan pasando, para evitar que se sigan sucediendo. Comenzará así a leer una versión del cuento Una serie de robos en el nuevo museo, del libro Los curiosos casos de Read & Wright, adaptada especialmente para esta actividad:



Narrador

El teléfono sonó con insistencia en la oficina del detective Read. Y no era para menos: la llamada provenía del escritorio del mismísimo Director del Nuevo Museo de Arte Británico, Mr. Goodart, quien se mostró totalmente desconsolado: Esto es una calamidad, Read – fue lo primero que dijo.
Read

-  Por favor, Mr. Goodart, mantenga la calma y cuénteme qué ha pasado. ¿Han robado algo?
Narrador

-  Todavía no, Mr. Read, todavía no – le respondió Mr. Goodart -. Pero hemos recibido una carta que… la verdad… me gustaría que la viera usted mismo, cuanto antes…

No pasó siquiera un cuarto de hora desde que Read colgó el teléfono hasta que entró en la oficina del Director, con su asistente Wright al lado y su libreta de notas en la mano. Goodart le mostró el papel y le dijo:
-  La recibió esta mañana mi secretaria. Se la enviaron de la recepción.

Read

-  Por lo que deduzco que la ha tocado más de una persona, aparte de usted, claro está.

Narrador

-  Bueno… el encargado de recepción, el cadete que reparte la correspondencia, mi secretaria…
Read

-  Olvidémonos de las huellas, Wright. Centrémonos en el contenido. Por favor, Mr. Goodart, tenga la amabilidad de leerla en voz alta…

Narrador

            Y Goodart empezó a leer: “Estimado Goodart, y más estimado aún por su dignísimo cargo de Director, que lamento profundamente esté a punto de perder. Verá: en el término de una semana tomaré del museo seis de las cientos de obras de arte más preciadas que guarda. Ni sueñe con que voy a decirle cuáles, pero le aseguro que la repercusión será tan grande, que pronto su cargo nada tendrá de dignísimo, ni usted de estimado. Pero no se entristezca. Y ni piense que puede detenerme. Usted conoce mejor que nadie las dimensiones del museo: sería imposible custodiar cada obra.  Pero para que no se sienta tan desolado, y sus últimos días como director se le hagan más llevaderos, a partir de mañana, cada día a primera hora el cartero dejará en su buzón un sobre dirigido a usted, en el que habrá una pista sobre la excursión que tengo planeado realizar esa noche. ¡Que las disfrute!”
-  ¿Y bien?, ¿qué les parece? – preguntó Goodart con pronunciado pesimismo.

Read

-  Mañana a primera hora estaremos aquí. Mientras tanto, no nos queda sino esperar. Quien esté detrás de todo esto sin duda sabe lo que hace, y conoce a la perfección el museo.

Narrador

            ¿Sería un ex empleado, un empleado actual, un crítico de arte, un artista? Goodart no sospechaba de nadie en particular. No tenía la menor idea: estaba totalmente desconcertado.

El servicio de correo dejó la carta alrededor de las 8:30. Read y Wright tomaban el té en el despacho de un demacrado Goodart, que no había podido dormir en toda la noche, y que había sido incapaz de probar bocado desde el día anterior. Después de recibir el sobre de manos del director, Read le pidió gentilmente a su asistente que leyera la carta que había en él.
Wright

-  “No es un objeto ni está en la materia. Una ayudita: busque en el plano”. Eso es todo.

Narrador

Al director ya le habían comenzado a temblar los labios cuando giró velozmente la cabeza buscando a Read. Lo encontró frente a un viejo mueble, observando un pequeño adorno de forma indefinida que el director del museo tenía sobre él.

Read (mirando la pieza de arte)

        ¿Es un regalo?
Narrador

– ¿Eh, cómo…? Sí… ¡Sí! Es un regalo – atinó a responder Goodart -, pero… ¿qué importa ahora, inspector? ¿Acaso no ha escuchado la pista? ¿Sabe cuándo la descifraremos?
¿Tiene usted una leve idea de la cantidad de obras de arte que hay en este museo a las que puede referirse esa carta? Preguntó el director del museo, tremendamente ansioso.

Read

– Y dígame, Mr. Goodart, ¿cuál es el nombre de esta pequeña escultura?

Narrador

– Eh… Cenicienta en do mayor... – repuso Goodart.

Read

        Ahá…, curioso nombre… y ¿cómo clasificaría a… Cenicienta?

Narrador

– Bueno, por empezar, es arte abstracto – titubeó un poco Goodart - y… ¡Un momento! ¡Arte abstracto! ¡Eso es! ¡El sentido de las obras de arte abstractas está más allá de la materia, más allá del objeto! ¡No está en la materia! ¡A eso se refiere la pista! El ánimo del director había cambiado en un segundo.
Read

– Correcto. Creo que se trata de arte abstracto. Es la obra que van a robar esta noche. Debemos proteger la zona de pinturas abstractas.

Wright

– Pero… ¿por qué sólo las pinturas, inspector? En ningún momento ha mencionado en la carta que se robaría una pintura. Podría tratarse de una escultura, o…

Read

– Mi querido Wright: la carta dice que busquemos en el plano. Y obviamente no se refiere al plano del museo, sino a las superficies de dos dimensiones, como los cuadros, y no a las esculturas, concebidas en tres dimensiones.

Narrador

Goodart vaticinó que sería complicado: - Necesitaremos varios guardias para el ala este, en el tercer piso – advirtió -: allí están las producciones artísticas abstractas más caras.

Read

– No se preocupe. Pediremos a la policía los refuerzos necesarios. Con un poco de suerte y si mi deducción no falla, atraparemos al ladrón esta misma noche.

Narrador

Pero esa misma noche ni siquiera sonaron las alarmas. Los treinta y cinco guardias apostados no pudieron detectar ni un solo movimiento en el tercer piso, donde se hallaban las pinturas abstractas.
Pero lo que nadie sospechaba era que sí faltaba una pintura, pero del sector de planta baja reservado a las obras del Renacimiento; una perteneciente al conjunto de obras del maestro medieval Ludovico Struzzi, compuesto por los siguientes cuadros:


El rostro oculto






Alba de luz difusa







La belleza de Francesca























La encomiable comedia del Rey Prosciutto












¿Cuál de todos ellos habrá sido robado y por qué?

(Breve debate guiado con los asistentes acerca de las posibles soluciones, mientras se muestran las cuatro pinturas – enmarcadas, en tamaño de no menos de 30 x 60 cm - a los presentes. La resolución quedará en suspenso hasta que el narrador comience a leer nuevamente)

***

Narrador

No fue sino hasta las cinco de la mañana, hora a la que uno de los serenos hacía su recorrida habitual por la planta baja, que se descubrió faltaba uno de los óleos más importantes del museo: La belleza de Francesca.
El director, que había llegado al museo ni bien le hubieron dado la noticia, había permanecido desde entonces en su despacho al borde del colapso nervioso. Derrumbado sobre su escritorio, hacía círculos con su dedo sobre el vidrio, con la mirada extraviada y el alma ausente. Read y Wright trataron de consolarlo, sin demasiado éxito:

Wright
-  Evidentemente nos equivocamos.
Read

-  Certera deducción, amigo mío. Pero no debemos desesperarnos, Mr. Goodart. Aún nos quedan cinco posibilidades de atrapar al culpable.

Narrador

            La secretaria entró al despacho con un nuevo sobre. Goodart puso la cabeza entre las manos y miró fijamente el escritorio, desconsolado, mientras Wright leía la segunda pista.

Wright

-  “Abandone la idea de lo abstracto. Sea más concreto: vaya directamente al objeto. Otra ayudita: esta vez, no busque en el plano”.

Narrador

            Sarcásticamente, Goodart señaló que al menos sabían que no se trataba de una pintura.
Read

-  Es posible que el ladrón trate de llevarse hoy alguna miniatura. Debemos descartar las esculturas voluminosas: sería problemático para él cargar con un gran bulto.



Narrador

            Goodart propuso entonces que pensaran en algo material, en algo concreto, pero a su vez de un tamaño menor.
Read

-  Bien… No hay nada material más preciado que una joya. ¿Hay alguna en particular que tenga un valor superlativo?
Narrador

            Goodart repuso que estaba, por ejemplo, el diamante Francis, pero que como el ladrón se refería a un objeto, en verdad podría tratar de robar cualquiera de ellos: una estatuilla, o un ánfora…
Read

-  Hmm… puede ser… Podríamos reforzar la custodia de todos los pequeños objetos. Quiero decir de las pequeñas esculturas que representen objetos: frutas, jarras, utensilios. Descartaremos las figuras humanas. ¿Será posible cubrir todas las áreas de esta clase de antigüedades?
Wright

-   Me temo que será bastante complicado, inspector. Deberemos cubrir el primer y el segundo piso del ala oeste, y el cuarto de la sur.

Read

-  Haremos el esfuerzo, mi querido amigo. Y si fallamos, al menos sabemos que tendremos algunas oportunidades más.
Narrador

Pero durante la madrugada se descubrió que faltaba otra obra, también en la planta baja, pero ahora en el sector norte. Read y Wright acudieron de inmediato, convocados de urgencia por la voz entrecortada de Goodart, que estaba a punto de estallar en una crisis de nervios. Lo que sucedía era que del bloque de pequeñas esculturas antiguas, entre cuyas principales obras se encontraban La dama, La misericordia, Sinuosa y accesible, La piedad de otros y Alguien pensando, faltaba la obra más importante, la más preciada de todas.

¿Cuál era la que faltaba y por qué?

 (Breve debate guiado, mientras se muestran las cinco estatuillas)

***




Narrador

-         ¡Falta La dama! – gritó el director cuando llegaron.

Wright
-  ¿Su secretaria?
Narrador

-  ¡¿Secretaria?! ¡La dama es el nombre de la escultura más cara de este Museo, Mr. Raid! – repuso Goodart indignado -. Una obra de valor incalculable, una pequeña estatuilla realizada en pleno período humanista por el maestro Gianalberto Rosano… ¡Oh, Dios! Esto es una tragedia…
Read

-  Mis más sinceras disculpas, Mr. Goodart. Reconozco que he razonado bastante mal… Pero creo empezar a tener alguna vaga idea del patrón que este bandido está siguiendo.

Narrador

-  ¿Ah, sí? Le recuerdo que con solo dos robos ya llevamos perdidos unos cuantos millones de libras, inspector – lo amonestó el director -. Y la prensa comienza a preguntarse por qué hay tanta vigilancia en este museo. Mis superiores me han prohibido que este asunto tome estado público, ¿me entiende? ¡Debemos parar a esa bestia!

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-  Bueno, quizás tengamos suerte y lo aprehendamos esta noche misma. Depende de la pista que recibamos hoy. De todos modos, podemos dejar que robe algo más. Aún tenemos tiempo: recién van dos obras de las seis que anunció que se llevaría. Solo necesito confirmar mis sospechas. A propósito de la vigilancia…aún me intriga saber cómo hace para entrar y salir sin ser visto, con todos los policías que custodian los accesos. Hemos diagramado la guardia en razón de los planos de este sitio, pero aún así se nos escapa... ¿Conoce usted algún pasadizo?
Narrador

            Como Goodart había trabajado personalmente con los arquitectos en el diseño del edificio, estaba seguro de que no había ningún pasadizo, pues él en persona había revisado los planos una y otra vez. Y suponía que era imposible que alguien pudiera entrar y salir tan fácilmente, ni siquiera usando túneles o ductos…

Read

-  Nada es imposible, Mr. Goodart; de hecho, aún no damos con él, ni sabemos cómo hace para entrar y salir tan a gusto…



Narrador

            La secretaria volvió a interrumpir:
-  Otra carta para usted, Mr. Goodart.
Y el director volvió a tomarse la cabeza:
-  Esto me va a enfermar… – confesó resignadamente, mientras se desplomaba sobre su sillón, con el semblante blanco como el yeso. Wright leyó la nueva pista.

Wright

-  “Ayer fue La dama. He sido austero, pues si bien la obra era valiosa, en definitiva me he llevado una sola. Pero esta noche serán varias en una”.

Narrador

-  ¡Dios, Virgen mía y todos los santos del cielo! – prorrumpió Goodart, saltando de su sillón y despertando de su letargo voluntario –. ¡Varias obras! Esto se nos va de las manos, inspector. Si no lo detenemos y recuperamos las obras, decididamente estoy perdido. Mis superiores me van a sacrificar como a un cordero…

Wright

-  Por favor, Mr. Goodart, mantenga la calma.

Read

-  ¿Hay alguna relación particular entre La belleza de Francesca, de Struzzi, y La dama, de Rosano?
Narrador

            Goodart reconoció que se trataba de la misma persona: Francesca Coliglieri, la amante del Duque de Misano, que en el Siglo XV tomó una tremenda notoriedad en los más altos círculos de la sociedad; y reveló que había cinco o seis pinturas más en el museo que se relacionaban con ella
Read

-  ¿Hay alguna en la que aparezca con otras personas?

Narrador

-  Bueno… está por ejemplo el óleo de Pierantonio Cormenacci, en el que aparece Francesca con la que se supone es su familia – aclaró Goodart -. Se llama El clan de los Coliglieri. Son todos los miembros de la familia de Francesca.

Read
-  Es el próximo.

Narrador
-  ¿Cómo puede estar tan seguro?
Read

-  No lo estoy. Sólo infiero. Pero es mejor que nada, ¿no? Debemos vigilar atentamente la pintura esta noche, dejar el camino libre para que nuestro hombre llegue a ella y atraparlo cuando intente llevársela.
Narrador

Esa noche, Read y Wright se quedaron en el museo junto al director. El clan de los Coliglieri estaba un poco más iluminada que de costumbre, y aunque parecía ser un cuadro más de un ala desprotegida, en realidad era custodiado por varios ojos, que observaban a través de pequeños orificios hechos con precisión artesanal en algunos tabiques falsos que ese mismo día se habían levantado en el lugar, y detrás de los cuales esperaban apostados los agentes de la Policía de Londres, el detective y su ayudante.

¿Será El clan de los Coliglieri la próxima obra que intenten robar? ¿Estará en lo cierto el detective Read?

(Breve debate guiado)

***

Narrador

Alrededor de las cuatro de la mañana y justo delante de la pintura, los policías ocultos vieron asombrados cómo se levantaba de pronto un trozo de piso, que se abrió como si fuese la claraboya de un submarino, y del que emergió una figura encapuchada que, dando media vuelta, tomó la pintura por el marco para descolgarla.
-  ¡¡Alto. Policía!! – sonaron al unísono las voces que salieron de detrás de los muros falsos de la sala.
El encapuchado sólo atinó a darse vuelta y levantar los brazos.
Rabioso y exultante, el director se presentó de inmediato en el lugar, después de que Read mandara a uno de los agentes a su despacho a que le diera la buena noticia. Y no tardó mucho tiempo en reconocer al hombre cuando lo desenmascararon.
-  ¡Evans! – exclamó furioso el director del museo.

¿Cuál es la profesión del ladrón? ¿Cómo supo Read que El clan de los Coliglieri iba a ser su próximo objetivo?

(Breve debate guiado)

***



Read

-  Déjeme adivinar, Mr. Goodart, o mejor dicho inferir: es uno de los arquitectos, ¿verdad? Es más: es quien tuvo a su cargo la dirección de la obra.

Narrador
-  ¡Exactamente! ¿Cómo lo sabe?
Read

-   Muy sencillo: Mr. Evans hizo dos planos diferentes del museo: el que utilizó para la construcción y el que le mostró a usted. Seguramente ambos contenían la ubicación exacta de las obras más preciadas, los sitios estratégicos más propicios para su resguardo; pero a diferencia del primero, el que asiduamente le mostraba a usted no tenía trazados los túneles subterráneos secretos que diseñó para llegar hasta el sitio preciso en que se encontraban estas maravillas, que ya había elegido de antemano.
            Por eso, tanto éste como los otros dos robos, si usted lo recuerda, fueron en planta baja. Así, cada una de estas noches, Mr. Evans pudo entrar tranquilamente al museo como un topo, tomar las obras que había planeado robar y volver a salir; todo en cuestión de segundos, lo que también minimizaba los riesgos de ser descubierto durante los esporádicos rondines de los serenos.
Narrador
-  Pero, ¿y las pistas..?
Read

-  Ah, las pistas. Cierto. Simplemente, para despistar. A sabiendas de su sólida formación en las bellas artes, Mr. Evans quiso que usted intentara descubrir cuáles serían las obras que robaría guiándose por criterios, teorías y conceptos artísticos, reforzara entonces la vigilancia en otras áreas del museo y le dejara libre el recinto con el botín.

Wright
-  Pero Mr. Evans usó otro patrón.
Narrador

-  A Mr. Goodart lo ganó la intriga: ¿Cuál? – preguntó. ¿Cuál es ese patrón?
Wright tomó aire como para una larga parrafada, se echó hacia atrás, caviló por un momento y al cabo de unos segundos, en medio de un silencio expectante, dijo por fin:

Wright
-  El inspector Read se lo explicará.
Narrador

-  Despidiendo despectivamente a Evans con una mirada fugaz y vengativa, el director propuso a los detectives que pasaran a su oficina.

¿Cuál es la clave que une las pistas? ¿A qué elemento de las obras se refiere cada una de ellas?

(Breve debate guiado)

***

Narrador

Ya en el despacho y con Evans llevado a prisión esa misma madrugada, Read, Wright y un Goodart visiblemente más calmo bebían con regocijo el té del desayuno.
- Evans y yo – confesó Goodart - tuvimos varias disputas. De hecho discutimos más de lo que coincidimos. Había cuestiones en las que no podíamos ponernos de acuerdo. Evans tenía sus razones arquitectónicas, y yo, mis principios artísticos. Llegar al plano definitivo del nuevo museo fue una tarea realmente ardua. Hasta llegué a solicitar al propio Ministerio que lo apartara de la empresa, pero este último desestimó mi pedido: la obra estaba ya muy avanzada. Y Evans se enteró de todo ¿Usted cree que por eso decidió robar las obras, en venganza?
Read

-  No lo creo. Seguramente ya tenía planeado robarlas antes de comenzar esa serie de discusiones con usted. Pero el encono explica el otro propósito de las pistas: demostrarle que él es más inteligente. Sabía, como ya le he dicho, que usted trataría de resolverlas con esos mismos criterios artísticos que tanto le molestaron durante la etapa de construcción. Pero no podía usar un patrón relacionado con la arquitectura, porque no tardaría en delatarse. Entonces…
Narrador

-  Carta para usted, Sr. Director – volvió a interrumpir la secretaria. En menos de un segundo, el rostro rejuvenecido de Goodart se transformó en una grotesca máscara de carnaval.
-  ¡No! No otra vez…
Read

-  Por favor, Mr. Goodart. Seguro que es de Evans, quien debió haberla enviado ayer. Léala, Wright, si es tan amable, solo para volver a comprobar nuestra teoría.

Wright

-  “Voy a volver a la unidad. Solo me llevaré lo más importante para los intelectuales del siglo XV: el Hombre”.
Narrador

-  Es evidente que Evans quería llevarse una pintura humanista – se animó Goodart –. Hay varias pinturas humanistas relacionadas con Francesca …

Read

-  Hmmm… Otra vez está pensando usted parado en la vereda del arte… Veamos: las tres primeras obras robadas, que por fortuna hemos recuperado de la casa de Evans, tenían el mismo tema en común: la amante del Duque de Misano. La primera, ligada a su belleza; la segunda, una pequeña estatua con su representación, y la tercera, su familia. Como si Evans se estuviera guiando por algo que no está en la obra en sí, sino fuera de ella, pero que a su vez la contiene. ¿Se da cuenta usted de cuál es el patrón que Evans utilizaba?

¿Cuál es el patrón que empleaba Evans, que no está en las obras, pero que las contiene?

(Breve debate guiado)
***

Narrador

Goodart seguía tan perplejo y desconcertado como el primer día. Caviló un largo rato mirando por la ventana, hasta que por fin exclamó con visible rostro de satisfacción: ¡el título! El patrón no tiene que ver con las obras en sí, sino con sus nombres. Repasemos: primero Evans se llevó La belleza de Francesca; luego La dama, y después El clan de los Coliglieri, un óleo en el que estaban retratados todos los integrantes de una misma familia…

Read

- Piense en las palabras más importantes de cada título, Mr. Goodart, relaciónelas con las pistas y advertirá que su lógica no tiene que ver con lo artístico, sino con lo gramatical…

¿Cuáles son las palabras más importantes de cada título? ¿Cuál es su relación con las pistas de Evans? ¿Por qué Mr. Read asevera que el patrón es gramatical?

            (Breve debate guiado)

***

Narrador

-  ¿Y la cuarta obra? Habíamos dicho que de acuerdo con la pista, debía ser una pintura humanista – inquirió Goodart.
Read

-  Sí, pero teniendo en cuenta el patrón que mencionamos, seguramente se trate de otra. ¿Qué otras obras fuera del período humanista se relacionan con Francesca Coliglieri y el Duque de Misano?
Narrador

            Las más importantes son:

a.      Un lirio en Florencia, cuadro impresionista de Marc Gaudert, en el que Francesca aparece con forma de flor en un jardín multicolor;

b.      La doncella del Mediterráneo, del simbolista Karl Kandus, donde Francesca aparece con forma de ancla en medio de clavos y alfileres que nadan como delfines, y

c.Pietro Angiullo, un retrato del Duque de Misano pintado el siglo pasado por Salvatore Rímini, y hecho sobre la base de bocetos medievales del maestro Loreto de Ancona.

¿Y bien? ¿Cuál de las tres, siguiendo el criterio de todas las pistas, iba a ser el próximo botín de Evans? ¿Por qué?

(Breve debate guiado. Aquí no se muestran los cuadros, porque se dan las descripciones de las obras)

***

Narrador

Goodart no se animó a responder.

-  Indudablemente – le fueron explicando Read y Wright - la próxima obra iba a ser el cuadro titulado Pietro Angiullo, puesto que la lógica que  intentó seguir Evans, gracias a Dios sin el éxito pretendido, fue la de la tipificación de los sustantivos.
-  Veamos: primero robó La belleza de Francesca, hecho que anticipó con una pista: “No es un objeto ni está en la materia”. Indudablemente no  estaba hablando de la obra en sí, sino de la palabra más importante – el núcleo – de su título: “belleza”, un sustantivo abstracto.
            Luego robó La dama, antes de lo cual dio la siguiente pista: “Abandone la idea de lo abstracto. Sea más concreto: vaya directamente al objeto”. Y la palabra más importante – “dama” – es un sustantivo concreto.
            Por último trató de robar El clan de los Coliglieri, obra sobre la cual escribió esta pista: “He sido austero, pues si bien la obra era valiosa, en definitiva me he llevado una sola. Pero esta noche serán varias en una”. Y la palabra que reúne varias cosas en una es el sustantivo colectivo – “clan” –.
            Por lo tanto, la pista “Voy a volver a la unidad (…) Solo me llevaré lo más importante para los intelectuales del siglo XV: el Hombre”, sólo podía referirse a los sustantivos propios Pietro Angiullo.

-  Impresionante. Me dejan ustedes sin palabras – confesó Goodart. Su ingenio es verdaderamente algo indescriptible, algo que no tiene nombre…

Read

-  No exageremos. Hay muy pocas cosas en este mundo que no tienen nombre, pues la esencia del ser humano, su razón de ser, consiste en ir bautizando las cosas para poder referirse a ellas, ordenarlas, poseerlas e inclusive recordarlas. Imaginemos qué pasaría si las obras que hay en este inmenso museo no tuviesen un título que las designara…



Wright
-  ¡Sería el caos!
Read

-  Exacto. Los nombres hacen que podamos ordenar nuestro universo… Sólo que para eso, hay que saber usarlos adecuadamente…

Wright

-  Como decía mi abuela, las cosas por su nombre, inspector. Las cosas por su nombre…

(Cierre con un breve debate-comentario entre los protagonistas y los presentes - guiado por el narrador, al igual que los anteriores -, acerca de tópicos relacionados, por ejemplo, con la importancia de dominar el lenguaje para poder pensar y reflexionar con mayor profundidad, y en consecuencia operar sobre el medio con mayor posibilidad de éxito y de certeza.
Obsequio a los participantes y los presentes, de señaladores con la inscripción “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo – Ludwig Wittgenstein”.)